jueves, 28 de octubre de 2010

veinitsieteavo post, twentyseventh post.


Con los ojos en la cabeza
Cuento corto
Sabrina Almandoz

A veces, solo a veces, me doy cuenta de esto o de aquello. Yo no veo de frente, generalmente mis ojos tienden a pegarse a la parte superior de mi cabeza. Entre mis múltiples cabellos y algunas canas alcanzan a ver un poco y hacia arriba.

Siempre he tenido los ojos en lo alto, los que tengo de frente son solo una ilusión. Pero a veces, solo a veces, mi ojos tienden a caer de regreso en su lugar: arriba de mi nariz, debajo de mi cejas. Ahí es cuando me doy cuenta de esto o de aquello.

Siempre escuchaba esta frase en las películas o entre personas mayores, “esto o aquello”, y parecía que se referían a cosas sin importancia, elementos que no valían la pena ni describir. Pero ahora, de grande, descubro que “esto o aquello” es una barbaridad tan seria y tan grande que, no da pereza, sino horror describirlas.

Por eso evitaba sacudir mucho la cabeza, porque se me zafaban los ojos y se resbalan de la parte superior de mi cabeza, y caían ahí, entre mis cejas y mi nariz. Las personas que conozco tienen los ojos ubicados en ese lugar, parece cosa normal entre la gente hoy en día. En cambio, yo siempre había ido feliz por la vida de esta manera: la mía, la original. Aprendí a leer nube y sol. El sol se mueve indicándome la hora del día, y de acuerdo a como sople el viento, me muevo yo también.

De esta forma he conocido a mucha gente buena, gente que me ha querido y cuidado, viéndome siempre a la cara, aunque eso siempre para mi ha sido cosa rara.

Pero cuando me doy cuenta de "esto o de aquello", o sea, cuando mi ojos caen de regreso en su lugar, siento un perverso dolor en mi pecho. Como si este lo hiciera adrede.

Los creas o no, el dolor tiene vida, y frecuentemente encuentra dónde colocarse en los peores momentos. El dolor es como un espíritu que busca en donde descansar. Generalmente encuentra espacios cómodos en los ovarios de las mujeres cada 28 días. Ese es un sitio seguro, sin fallas. También aterrizan con mucha constancia en las rodillas raspadas de los niños de entre 4 y 7 años de edad. Gracias a que mis ojos están arriba me doy cuenta cuando este peligroso y travieso ente quiere acercarse a mi y lo esquivo.

Así había vivido largos y felices años de mi vida. Sin dolor y sin mirar de frente. Sin embargo, algo que seguro sucedía era que una vez cada año, olvidaba mantener mi cabeza quieta, la sacudía con fuerzas –como cuando le pica la oreja a un perro– y mis ojos caían de regreso en su lugar.

La última vez que esto sucedió descubrí que mis manos tienen 10 dedos en total, cinco en cada una. Había escuchado decir mas de una vez que "los amigos se cuentan con los dedos de una mano", no obstante me pareció una salvajada, me pareció completamente insuficiente. Entonces decidí cambiarle un poco: los amigos se cuentan con los dedos de las dos manos. Pero al caer mis ojos en su lugar, me di cuenta que no tenía 50 dedos como creía, sino 10, y que la frase estaba correcta, y eso me dejaba con una mano de cinco míseros dedos.

Mis lágrimas mojaron mis dedos mientras contaba una y otra vez. Mi pequeña mano, mi pequeña e ilusa mano. ¿Cinco dedos? ¿Sólo cinco dedos?

Yo solía llorar poco, y si lloraba, en realidad no me importaba tanto, porque como mis ojos estaban en la punta de mi coco el llanto me refrescaba el cuero cabelludo y me ayudaba a mantener mis peinados en su lugar. Pero el ver las gotas caer, lágrimas que no se confunden con el sudor de la frente, el inesperado ente del dolor se aprovechó de mi. Corrió, me agarró distraída, y se colocó ahí, a un lado de mi corazón.

Caminé con dificultad. Las nubes y el sol suelen guiarme, pero en ese momentos en las calles solo habían carteles y semáforos. Me saludaba gente que no reconocía, algunos amables, otros malencarados. Poco a poco levanté el rostro alejando la mirada de mis dedos. Y encontré tantas maravillas, tantos colores. El mundo me pareció mucho más divertido que el azul celeste nublado y el cielo estrellado de cada noche.

Empecé a ver el lado positivo de las cosas: se resolvió mi boda imaginaria. Gracias a que tengo menos amigos, mis invitados han bajado considerablemente, por lo tanto mis gastos también. Mis amigos son de verdad, por lo tanto no tendré que dudar de ellos, ni obligarlos a hacer lo que necesito.

Después, mi ojos empezaron a enfocarse en los detalles más bellos. Los chicles pisados en la banqueta, los grafitis de las paredes, las cruces de las iglesias, los altos edificios y sus antenas parabólicas, los aviones en el cielo y... las nubres, el cielo azul celeste.

Desde entonces me sacudo la cabeza, una y otra vez, hasta el cansancio. Lo intento cada mañana al despertar, cada noche al irme a dormir, y de vez en cuando en mi horas de comer. Sacudo, golpeo, y lloro. Sin embargo, mis ojos no han vuelto a caer a donde deben de ir.

1 comentario:

Anónimo dijo...

probando