viernes, 8 de enero de 2010

forth post, post cuarto.


same day, later.
mismo día, más tarde.

Música:
Hide and Seek
Imogen Heap

Querida Lucesita:

Me tomé unos minutos de descanso, después de algunas horas de trabajo intenso. Ya tengo las manos callosas de tanto lijar la madera, es que todavía no tiene forma. Me serví un vaso de leche con chocolate en polvo y en un plato unas galletas con relleno de sabor vainilla.

Me senté en aquella silla que compramos hace algunos años en un bazar de muebles antiguos, la silla que giraba. ¿Recuerdas? Hace ya algunos meses dejó de dar vueltas. Yo creo que es porque siempre la lavabas, decías que nunca se le quitaba ese olor a polvo tan desagradable. El tubo sobre el que giraba la silla está oxidado, pero la sigo usando porque me recuerda a ti.

Cuando tallaba la madera salían formas. Ya no. Ahora solo lijo para no pensar…recordar quién soy, ni cómo estoy. Me han pedido esculturas para escaleras, de grandes hoteles. No puedo, ya no puedo. Hasta parece que te fuiste con todo: el perro, la película que veíamos todos los domingos y además, mi inspiración. Ladrona. ¿Por qué no me llevaste a mi? Es lo único que queda vivo en esta casa vacía. Te preguntarás qué sucedió con los pecesitos que ganamos en la tómbola de la feria, bueno, salí un día al mercado y sin querer dejé la ventana abierta, y claro: El gato de la vecina.

Con una herramienta, arranqué un pedazo de mi obra inconclusa. Cayó en el suelo e inmediatamente noté que parecía la cuarta letra de tu nombre: Lucesita. Debería olvidarte, que esto de la soledad me esta volviendo loco: imagina, siempre te escribo, y no me atrevo a mandarte las cartas. Estan todas en una caja que guardo en mi closet. Son mil quinientas cinco (el otro día el ocio me obligó a contarlas).

Seguí lijando. Luego, algo me impulsó a ver tu foto sobre el buró. Ví tu mano salir de ella y acariciar mi cara, pero al psicólogo y a mis amigos les hice creer que fue un efecto de mi imaginación, para que no chingaran. Entonces, quise continuar con mi trabajo. ¡Ah! Aventé la estatuilla amorfa, cayó sobre la pecera vacía. ¿A quién trataba de engañar?

Sentí un ruido detrás mío. De los que siempre escuchas, de los que siempre ignoras. Pero esta vez, deseé tanto que fueras tú, que logré distinguir tu voz diciendome: “Soy Yo”. Me lo has dicho seria, sin bromas, con fuerza: “Soy Yo”. Por Dios que te he escuchado. Me entró un gran alivio. No podía verte, obvio. Pero clarito sentí tu respiración en mi cara y en mi oído. Se me puso la piel de gallina. Quise abrazarte pero mis manos regresaron a mí. Es que hay veces, que realmente no puedo creer que no estás aquí. Y por eso te escribo a diario.
Cuando finalizo una carta, se me detiene el corazón de golpe. “Te amo, YO”, son las últimas palabaras que me hacen entrar en razón y azotar contra el suelo es lo que mas me duele. Me saca el aire y luego no me puedo levantar. Temo una cosa. Creo que se acerca mi muerte. Esto antes no me sucedía, pero ahora, la recuperación es larga, hasta que logro alcanzar la pluma y otro papel.

“Querida Lucecita”, escribo.


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